El colapso ya está muy visto

Nuestras limitaciones para pensar sociedades alternativas nos ha llevado a que “sea más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo” (Jameson).

Necesitamos una nueva pedagogía ecológica que parta del colapso para ir más allá, y que nos permita anticiparnos políticamente a sus peores efectos. Las páginas del libro En la espiral de la energía (Fernández Durán y González Reyes) son un buen punto de partida.

Siempre que escucho la palabra colapso se me viene a la cabeza una popular canción de REM titulada es el fin del mundo tal y como lo conocemos, y yo me encuentro bien . Una frase sencilla que nos habla de las dificultades cognitivas que tenemos para percibir la gravedad de los problemas ambientales o de distorsionarlos una vez somos conscientes de ellos para que no nos afecten demasiado.

La psicología ambiental ha constatado que nos cuesta ser conscientes de los peligros invisibles (radioactividad, calidad del aire, contaminaciones, pérdida biodiversidad…), de las transformaciones irreversibles que suceden a ritmo lento (cambio climático, deterioro de los servicios de los ecosistemas, agotamiento recursos…), de los impactos que se dan en espacios distantes (deforestación, monocultivos industriales…) o de aquellos que afectan a personas desconocidas. Y, sobre todo, lo que nos cuesta vincular nuestro estilo de vida, nuestros actos cotidianos, con las consecuencias negativas que provoca.

Este problema resulta especialmente grave cuando no percibimos que el deterioro ecológico es de tal magnitud que nos sitúa a medio plazo ante más que probables escenarios de colapso (energético, climático…). Y esto nos lleva a la irónica situación de que mientras desde el ecologismo social nos volcamos en la rigurosidad argumental y científica, desterrando las históricas acusaciones de ser apocalípticos gratuitamente, asistimos a un auge de las narrativas e imaginarios del colapso desde la cultura popular ( comic, novelas, videojuegos, series y cine). ¿Casualidad o síntoma de una difusa preocupación social?

Resulta llamativo como en los últimos años asistimos a una nueva generación de películas y series apocalípticas con los renovados zombies de The Walking Dead a la cabeza o el angustioso dramatismo de The Road, los vuelcos climáticos que llevan al fin del mundo conocido en 2012 o El día de mañana, las sociedades en emergencia energética exhibidas en el último film de El planeta de los simios o en algunas series como Revolution. Todos estos relatos nos presentan sociedades en las que se ha roto el contrato social y la arquitectura institucional se ha derrumbado, solo quedan pequeñas comunidades de supervivientes replegadas sobre sí mismas o en conflicto permanente con otras, donde los liderazgos y las formas de convivencia han perdido cualquier atisbo democrático, y donde los mayores riesgos no son los zombies o las abruptas limitaciones ambientales sino las otras personas. Asistimos a éxodos urbanos hacia el campo abierto con una naturaleza deteriorada, una gran pérdida de complejidad tecnológica y económica, o el retorno a la actividad agraria ante la dificultad para satisfacer necesidades como la alimentación.

Un imaginario del desastre ilustrado en la vida real por fenómenos como los Preppers, grupos de personas o individuos que se están preparando ante catástrofes que consideran inevitables (construyen bunkers o viviendas autosuficientes, acaparan desde comida liofilizada a armamento, aprenden primeros auxilios avanzados y técnicas de supervivencia). Desde los inicios de la Guerra Fría no había existido un auge tan grande de este tipo de iniciativas, que están siendo retratadas por la serie de documentales del National Geographic Doomsday Prepperen la que vemos una pluralidad de casos que van desde el hippismo enternecedor a las milicias filofascistas.

Bajo esta óptica anticiparse al colapso supone desistir de la construcción de procesos colectivos y renunciar al cambio sociopolítico, para dedicarse a estar a punto ante el inminente «sálvese quien pueda». Convertirse en modernos Robinsones que en su afán de supervivencia intensifican los valores neoliberales hegemónicos: individualismo, competencia, autosuficiencia, y desconfianza.

Nuestras limitaciones para pensar sociedades alternativas nos ha llevado a que “sea más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”, como certeramente ha escrito el crítico de la cultura Frederic Jameson. Y lo que es peor, incluso nuestras representaciones sobre el colapso se han empobrecido. Al imaginar el fin del mundo, el resultado se nos acaba pareciendo demasiado a aquello que hemos visto cientos de veces en las pantallas, tornándose una secuencia previsible, que por conocida nos reconforta y tranquiliza más que provocarnos desasosiego e inducirnos a la movilización.

Igual que ante una inundación lo primero que empieza a escasear es el agua potable, ante esta inflación de imaginarios sobre el colapso lo que más urgentemente necesitamos son reflexiones que nos muestren la complejidad de la realidad y estimulen nuestra imaginación política. Entre los escasos materiales con los que contamos a tales efectos, destaca la publicación hace escasas semanas del libro En la espiral de la energía. Un texto escrito a cuatro manos, iniciado por Ramón Fernández Durán, una de las figuras de referencia de los movimientos sociales durante las últimas décadas que falleció antes de acabarlo, y terminado por Luis González Reyes, amigo suyo y compañero también de Ecologistas en Acción, a quien encargó, además, la compleja tarea de completarlo.

En la espiral de la energía es una extensa y exhaustiva obra donde se recorre la historia de la humanidad a través de su relación con la energía, evidenciando como su disponibilidad y la capacidad de apropiarnos de ella ha condicionado las formas de habitar, los modelos económicos, las relaciones sociales o la tecnología. Un trabajo de análisis histórico que llega hasta nuestro presente, mostrando de forma contundente la inviabilidad a medio plazo de nuestro sistema urbano-agro-industrial. La crisis financiera y la desigualdad creciente asociada a la Gran Recesión, junto al declive energético, el agotamiento de recursos, la pérdida masiva de biodiversidad y el cambio climático son las principales variables que van a afectar a las bases materiales que sustentan este modelo. Este trabajo concluye con un ejercicio de política ficción mediante la construcción de unos escenarios de futuro verosímiles, con los que se puede discrepar o no, pero que tienen la virtud de arriesgarse realizando proyecciones de futuro concretas.

Siguiendo la estela de Baldwin, escritor y activista por los derechos civiles, “no todo a lo que nos enfrentamos puede cambiarse, pero no podemos cambiar nada hasta que no nos enfrentemos a ello”. En la espiral de la energía se asume el reto de asomarse al abismo que tenemos ante los pies, para comunicar con vértigo los riesgos que nos acompañarán en la transición hacia otros modelos socioeconómicos sustentados en una drástica reducción de los flujos de materia y energía. Necesitamos una nueva pedagogía ecológica que parta del colapso para ir más allá, y que nos permita anticiparnos políticamente a sus peores efectos. Las páginas de este libro son un buen punto de partida.

Acerca de Tom Kucharz

Activista en Ecologistas en Acción.
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Una respuesta a El colapso ya está muy visto

  1. Michael dijo:

    He ha encantado tu articulo y gracias por el enlace tienes toda la razon preferimos vernos inmersos en el apocalypsis que luchar por evitarlo creo que la sociedad humana tiende por el camino facil y en nuestra mente preferimos que todo se valla a la ..ta mie… que hacer algo por evitarlo.

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